jueves, 9 de agosto de 2012

¡La Educación es nuestra tarea!

La educación pasa por una profunda crisis. Se deteriora la calidad, empeoran las condiciones laborales del magisterio, el gobierno recorta recursos y las políticas nacionales y distritales abren paso a la privatización, en contra del derecho a la educación de altísima calidad y democrática. Tenemos la tarea de revertir las medidas del neoliberalismo. La nueva Junta de la Asociación Distrital de Educadores, ADE, debe rescatar el verdadero sentido de la educación pública e impulsar un programa que haga de la educación un derecho de todos y de todas. El magisterio bogotano está en capacidad de liderar el proceso de hacer la tarea de una educación científica y democrática. Colombia necesita más gratuidad, democracia, desarrollo científico y derechos. Si eres profesor o profesora, el próximo 31 de agosto apoya a la Junta de la ADE la lista 24.
¡A María Antonieta la necesitamos en la Junta de la ADE!

Cronología de un deterioro, UPZ Galerías

Por Gabriel Porras, residente en la localidad por más de 40 años; imporexnuritpor@tutopia.com

Haciendo una reminiscencia de lo que ha ocurrido en los últimos 40 años en la localidad de Teusaquillo se pueden reconocer, claramente, las épocas de auge, así como los años en los cuales se comienza a percibir su progresiva decadencia.
En 1954 se inaugura, en la calle 53 entre las carreras 24 y 27, el almacén Sears, único en su género para la época en toda la ciudad, el cual le imprime al sector un vertiginoso proceso de urbanización y le da el nombre de barrio Searshasta finales de los 80s. El primer banco de la localidad es construido en 1956 y aún permanece en la esquina de la Calle 53 y la Carrera 24.
En 1970 se terminan las obras de ampliación del estadio El Campín y aparece una gran innovación, el alumbrado de mercurio. Ya en ese momento se había consolidado el proceso de urbanización de la localidad con vocación fundamentalmente residencial. Existía lógicamente el comercio pero de escala local, a excepción del almacén Sears. En 1974 aparece el supermercado Carulla. Fue una época en la que localidad ofrecía a sus residentes una buena calidad de vida y un manejo armonioso en cuanto a la arquitectura, en sectores como el Park Way, La Soledad, San Luis, Belalcázar, El Campín, Nicolás de Federmán, La Esmeralda y Pablo VI.
En la administración del alcalde Andrés Pastrana, con el gasto de cuantiosos recursos del Distrito, se remodela la Avenida Caracas, un trabajo que destruye en su totalidad el separador arborizado, reemplazado por una especie de barricada de púas metálicas que daban la impresión de que en esta emblemática vía de la ciudad se estuviera presentando algún conflicto armado. Es como si realmente ello hubiera sucedido, por cuanto comenzó el desplazamiento de los habitantes de los inmuebles que bordeaban la avenida. Este sector continúa hoy en día en franco deterioro, agravado más aún por la implementación del sistema de transporte público llamado Transmilenio, nuevamente con dineros del presupuesto de la ciudad, durante la administración de Enrique Peñalosa. Este medio de transporte desplazó al resto hacia el interior de los barrios, cuyas vías no están diseñadas para recibir el inmenso flujo vehicular desplazado de la Caracas, provocando su deterioro y los ya suficientemente conocidos problemas de movilidad. Igual situación se repite con el trazado de Transmilenio que va por la Avenida Ciudad de Quito o Carrera 30.
Sumado a todo lo anterior, en los últimos 15 años, Teusaquillo se ha visto invadido de toda clase de comercio que no cumple con las más mínimas normas de uso del suelo debido a la inoperancia y la ineficiencia de entes administrativos como la alcaldía local y la denominada Jal, convertidos en fuentes de una abultada e inútil burocracia. Es así como hoy vemos situaciones tan aberrantes como la de inmuebles de vivienda familiar conviviendo de manera forzada con la edificación contigua donde funciona una casa de lenocinio, o de todo un vecindario esperando angustiosamente que sean la 3 de la madrugada para poder conciliar un poco el sueño, ya que por el estruendoso ruido que generan tabernas y discotecas es imposible hacerlo antes. Además, existen problemas de inseguridad y prolifera la mendicidad, situación diametralmente opuesta a la que se vivía hace treinta y cuarenta años.
Se esconde detrás de toda esta debacle el manejo politiquero de las localidades y de la ciudad en general, así como también la defensa a ultranza de intereses particulares sobre los derechos de la ciudadanía, aparte de que también el jugoso presupuesto del Distrito se ha convertido en botín de guerra a repartir entre toda esa maraña de contratos y contratistas ineptos y corruptos, tal y como es conocido por la opinión pública y a quienes finalmente lo único que les interesa es el lucro personal. Hay, sin embargo, personas que todo esto se lo atribuyen al progreso, ante lo cual no se sabe si lo dicen porque no entienden lo que es realmente el progreso o por cierto cinismo. El caso es que lo que estamos viviendo hoy en día, y no solo en nuestra localidad, es todo lo contrario al lema de la actual Administración Distrital, “Bogotá Humana”. La ciudad es totalmente inhumana.

Ante este deterioro inocultable, la ciudadanía debe expresarse, participar activamente y reclamar el derecho a que tanto su localidad como la ciudad entera sean un hábitat digno y donde se respeten los derechos fundamentales de sus habitantes, porque de no ser así, la ya evidente decadencia terminará convirtiéndose en un absoluto caos, el cual en algunos aspectos ya se vislumbra.

Tras el deterioro; grandes intereses privados.

El rebusque, una secuela de las políticas de Estado

Por: Félix Guillermo Torres Ramírez; Correo: felixguillermo13@yahoo.com

El término rebusque, según la socióloga Pilar Mendoza, hace parte del argot popular de los colombianos, significando la adopción de formas de vida que implican la lucha por la sobrevivencia mediante múltiples mecanismos de acción a condición de superar enormes dificultades. Aparece así como el esfuerzo de miles y miles de personas sin empleo por abrirse camino en las calles de Bogotá y otras ciudades valiéndose del ingenio y la creatividad presentes en diversas formas de negociar toda suerte de productos, así como de intercambiar y autogestionar recursos.
Estas personas deambulan por las calles en busca de reconocimiento de sus derechos como seres desposeídos que, siendo “libres”, han tenido que arreglárselas por sí mismos, obteniendo su independencia no por un pasado político en donde se proclamara la libertad y la democracia, sino por un presente apremiante que les ha obligado a tomar las cosas por la mano, bajo la ley del “sálvese quien pueda”, por lo común sin derecho a la seguridad social –véase el caso reciente de Rosa Elvira Cely– y perseguidos por las autoridades
La fragmentación social, la movilidad y el individualismo vinieron a convertirse así en las características propias de la nueva vida urbana, que hace de esas dinámicas, propias de la vida económica de la época, parte de la construcción del “individuo independiente”.
Encontramos así una democracia a la que se llega por defecto: un “individualismo negativo” que, a falta de regulación institucional y de sentimiento de pertenencia a una colectividad, produce individuos autónomos que, en su vulnerabilidad, se apoyan en la propiedad privada y el derecho al trabajo como mecanismo de seguridad existencial, poniendo al descubierto el curso actual de las sociedades modernas que, en su carrera individualista, se han convertido en sociedades de alto riesgo, con individuos vulnerables y si cohesión social.
Por ello, en términos generales, los rebuscadores se muestran escépticos frente al mundo político, conservando su independencia y su espíritu de lucha, con fundamento en conceptos morales de dignidad y capacidad de sobrevivir a la adversidad. Su lema, el derecho a un trabajo digno, se ve en nuestro país cada día más lejos de concretarse, si tenemos en cuenta que ahora los TLC acabarán de arruinar la producción industrial y agraria y miles de empleados se verán lanzados a la calle. De ahí que cualquier empleado, trabajador o microempresario, puede verse mañana avocado a recurrir a estos mismos mecanismos de supervivencia.
Ahora bien: mirando la historia económica en retrospectiva, encontramos que los rebusques fueron pequeños “ilegalismos” aceptados por las burguesías capitalistas solo hasta cuando comenzaron a tocar lo que ellas empezaban a considerar sus “derechos de propiedad”, siendo precisamente allí donde comenzó a insertarse en el debate la discusión sobre el uso del suelo. Así, con el paso a la agricultura intensiva en el campo y a la necesidad de la utilización del espacio público en las ciudades, comenzaron a aparecer presiones cada vez mayores sobre los derechos de uso del suelo y sobre las tolerancias con las pequeñas ilegalidades hasta entonces admitidas que, a partir de ese momento, empezaron a ser perseguidas por los nuevos propietarios, que ahora las consideraron infracciones puras y simples.
Fue en ese momento cuando se hizo necesario “controlar” e incluir en el código todas esas “prácticas ilícitas”. Era preciso que esas ahora infracciones fueran bien definidas y seguramente castigadas y que, ante la gran masa de irregularidades hasta ese momento toleradas, aparecieran las sanciones que, con resonancia extrema, determinaran las infracciones “intolerables” y sometieran a sus autores a castigos ejemplares.
Aquí se dividieron las ilegalidades en ilegalidad de los bienes e ilegalidad de los derechos, separación que comenzó a dejar entrever una clara oposición de clases. La ilegalidad de los bienes que se hacía manifiesta en la transferencia violenta de la propiedad: hurto, robo, etc., era el tipo de conducta que se achacaban a las clases populares. La ilegalidad de los derechos que se manifestaba en los fraudes, las evasiones fiscales, las operaciones comerciales irregulares, que la burguesía reservó para sí, para asegurarse el control de todo el inmenso sector de la circulación económica, estableciendo mecanismos que le han permitido todo un sutil juego interpretativo que, desarrollado en los márgenes de la legislación, le ha permitido eludir sus responsabilidades mediante leyes y reglamentos elaborados por ellos mismos para su propio beneficio, elaboración que de contera prevé silencios y tolerancias acordes con los asuntos de su propio interés, como acaba de ocurrir con el reciente trámite de la reforma a la justicia.
Así, el castigo se dispone entonces conforme a la especialización de los circuitos judiciales. Para el ilegalismo de los bienes: tribunales ordinarios y castigos. Para el de los derechos: jurisdicciones especiales permisivas que incluyen transacciones, componendas, multas atenuadas, etc.; es decir, toda un fecunda esfera manejada bajo los criterios y el propio beneficio de las élites en el poder.
Y si hablamos aquí de una justicia aplicada con criterio de clase, no es solamente porque la ley sirva a los intereses de una clase, sino también porque toda la gestión diferencial de las conductas tipificadas como ilegales, y la mediación de las penalidades, forman parte de los mecanismos de dominación, Además porque la visión de los ilegalismos populares con el paso de los siglos ha articulado en el horizonte político general con las luchas sociales. Es así cómo, a principios del siglo XIX, se presentó un cierto ilegalismo político y social, no muy masivo, que permitió evidenciar la desconfianza que la burguesía sentía por la plebe a la que veía a la vez como criminal y sediciosa, creando el mito de que era una clase social bárbara, inmoral y fuera de la ley. Visión que se hizo evidente en toda una serie de afirmaciones, como aquella de que el crimen no era un impulso que el interés o las pasiones hubiesen inscrito en el corazón de todos los hombres, sino obra casi exclusiva de determinada clase social; o aquella de que los criminales, en otro tiempo dispersos en todas las clases sociales, salían ahora, casi todos, de las últimas filas del orden social.
La penalidad y el castigo vinieron a convertirse así en formas de administrar los ilegalismos, de trazar límites de tolerancia, de dar ciertos campos de libertad a algunos haciendo presión sobre otros; de excluir a una parte de la sociedad para beneficio de la otra; de neutralizar a estos y sacar provecho de aquellos. En suma, la penalidad no “reprime” pura y simplemente los ilegalismos, sino que los diferencia, asegurando el propio interés de las élites, interpretado ahora como el interés general de la colectividad; y es así como son tratados aquellos que se ven obligados al rebusque.

Con los TLC, Colombia sigue condenada a la informalidad
El TLC con Corea arruinará a muchos pequeños  y medianos industriales

Otro exabrupto

Por: Gustavo Alberto Rodríguez Alvis, Barrio San Luis; gralvis@hotmail.com

Con referencia al anuncio hecho en infinitivo y entre interrogantes ante algunos medios de comunicación, por parte de inversionistas y de una funcionaria distrital, -extraños modo y unión por cierto- en el sentido de que los días del estadio y el coliseo cubierto El Campín están cumplidos, las conclusiones que pueden extraerse son muy similares a las expuestas al final de un reciente artículo, relacionado con la también análogamente “anunciada” propuesta de demoler el coliseo para en su lugar implantar un escenario multipropósito.
Dentro del estruendoso fracaso del neoliberalismo, cuyas primeras consecuencias el primer mundo comienza a percibir, inexplicablemente en medios como el local se siguen haciendo gravosas concesiones al gran capital, redundantes en la pauperización de un patrimonio público irrecuperable.

El “proyecto” anunciado tan alegremente sobre este conjunto hace parte de una nueva arremetida de un gran capital ávido, sobre los ya muy escasos bienes del Estado, que ha entregado su patrimonio para que los primeros, exploten los bienes que el segundo, -mal administrador por vía de la corrupción- dejó marchitar. El deslucido aspecto que hoy ofrece el coliseo cubierto es sintomático de esta perversa tendencia, dentro de la que aparece como “solución única” su enajenación y reciclaje. No fue suficiente el anuncio hecho hace algunos meses alrededor de este escenario, sino que la más reciente se extiende al estadio y a la totalidad del globo de terreno que los contiene.

Claro está, las intenciones lanzadas con este proyecto no se limitan a “rehacer” a conveniencia estos dos escenarios, sino que los complementan con lucrativas actividades como un centro comercial y un gran hotel, actividad esta última “premiada” a partir del gobierno anterior con exenciones tributarias ¡de treinta años!.
Se arguye además el ingrediente político, -veladamente “técnico”- y falaz con el cual los promotores de este tipo de “proyectos” actúan y que entre otras cosas han propiciado costosos e inútiles exabruptos como lo son la inminente demolición de las instalaciones del aeropuerto Eldorado y la anunciada del puente Pumarejo de Barranquilla, actuando bajo el argumento de que no cumplen con el código sismorresistente actual, argucia bajo la cual todos los edificios y obras existentes deberían “rehacerse”, pues reforzarlos resultaría más costoso.

Para tan sólo hacer propuestas de este tipo, sus promotores omiten deliberadamente que este globo de terreno fue donado en el año de 1937 para el estadio municipal y la recreación popular, y que a su alrededor desde hace décadas se halla establecida una comunidad que dentro del planteamiento neoliberal poco o nada importa, pues como lo señaló un exalcalde y de nuevo candidato a la alcaldía, “su sueño” era convertir este sector ¡en un Manhattan!

Una vez más vemos asomar la eufémica y pérfida figura de la renovación urbana, tan alegre e irresponsablemente deseada por no pocos tecnócratas, arquitectos y urbanistas habituados a formular proyectos en maquetas y “renders” carentes de los más mínimos rudimentos sociales.

El estadio y el coliseo distritales deben conservarse, utilizarse debidamente como adaptarse racionalmente a las normas técnicas y de funcionamiento vigentes, no como hitos centrales de la ciudad que los determinó, sino como partes de una cadena de escenarios apropiados a la urbe de centros múltiples del presente.

Bogotá para los bogotanos y no para las trasnacionales

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