Por: Gustavo Alberto Rodríguez Alvis, Barrio San Luis; gralvis@hotmail.com
Con referencia al anuncio hecho en infinitivo y entre interrogantes ante algunos medios de comunicación, por parte de inversionistas y de una funcionaria distrital, -extraños modo y unión por cierto- en el sentido de que los días del estadio y el coliseo cubierto El Campín están cumplidos, las conclusiones que pueden extraerse son muy similares a las expuestas al final de un reciente artículo, relacionado con la también análogamente “anunciada” propuesta de demoler el coliseo para en su lugar implantar un escenario multipropósito.
Dentro del estruendoso fracaso del neoliberalismo, cuyas primeras consecuencias el primer mundo comienza a percibir, inexplicablemente en medios como el local se siguen haciendo gravosas concesiones al gran capital, redundantes en la pauperización de un patrimonio público irrecuperable.
El “proyecto” anunciado tan alegremente sobre este conjunto hace parte de una nueva arremetida de un gran capital ávido, sobre los ya muy escasos bienes del Estado, que ha entregado su patrimonio para que los primeros, exploten los bienes que el segundo, -mal administrador por vía de la corrupción- dejó marchitar. El deslucido aspecto que hoy ofrece el coliseo cubierto es sintomático de esta perversa tendencia, dentro de la que aparece como “solución única” su enajenación y reciclaje. No fue suficiente el anuncio hecho hace algunos meses alrededor de este escenario, sino que la más reciente se extiende al estadio y a la totalidad del globo de terreno que los contiene.
Claro está, las intenciones lanzadas con este proyecto no se limitan a “rehacer” a conveniencia estos dos escenarios, sino que los complementan con lucrativas actividades como un centro comercial y un gran hotel, actividad esta última “premiada” a partir del gobierno anterior con exenciones tributarias ¡de treinta años!.
Se arguye además el ingrediente político, -veladamente “técnico”- y falaz con el cual los promotores de este tipo de “proyectos” actúan y que entre otras cosas han propiciado costosos e inútiles exabruptos como lo son la inminente demolición de las instalaciones del aeropuerto Eldorado y la anunciada del puente Pumarejo de Barranquilla, actuando bajo el argumento de que no cumplen con el código sismorresistente actual, argucia bajo la cual todos los edificios y obras existentes deberían “rehacerse”, pues reforzarlos resultaría más costoso.
Para tan sólo hacer propuestas de este tipo, sus promotores omiten deliberadamente que este globo de terreno fue donado en el año de 1937 para el estadio municipal y la recreación popular, y que a su alrededor desde hace décadas se halla establecida una comunidad que dentro del planteamiento neoliberal poco o nada importa, pues como lo señaló un exalcalde y de nuevo candidato a la alcaldía, “su sueño” era convertir este sector ¡en un Manhattan!
Una vez más vemos asomar la eufémica y pérfida figura de la renovación urbana, tan alegre e irresponsablemente deseada por no pocos tecnócratas, arquitectos y urbanistas habituados a formular proyectos en maquetas y “renders” carentes de los más mínimos rudimentos sociales.
El estadio y el coliseo distritales deben conservarse, utilizarse debidamente como adaptarse racionalmente a las normas técnicas y de funcionamiento vigentes, no como hitos centrales de la ciudad que los determinó, sino como partes de una cadena de escenarios apropiados a la urbe de centros múltiples del presente.
Bogotá para los bogotanos y no para las trasnacionales
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